top of page

​

¿Cómo llega alguien a colaborar en La Casita?


Entrevistamos a tres voluntarias para conocer las razones por las que entraron en el comedor social, y sus impresiones sobre este lugar 

No dejaron de trabajar mientras nos iban respondiendo a nuestras preguntas. Un martes cualquiera, en el comedor social La Casita, entrevistamos a las voluntarias Pili, Montse y Montserrat. Queríamos conocer mejor la figura de un voluntario en una iniciativa solidaria como la del nº 20 de la calle Constitución de Fuenlabrada.

 

Mientras estaban realizando tareas en la cocina, Pili comenta que conoció La Casita por internet, hace un año. Quería ayudar a su hijo, que estudia cocina. Entonces vino, y acabó enganchándose. Sus compañera Montserrat era una ayudante del hogar, y Montse fue administrativa en Cruz Roja durante un lustro. Las tres llevan pocos meses, y vinieron tras ser despedidas de sus trabajos.

 

Ellas, y el resto de participantes, se reparten por turnos la asistencia diaria al local. Nadie cobra dinero por hacerlo: es totalmente por caridad. Otra cuestión interesante es la edad: Montse, Pili y Montserrat se autodenominan, desde el humor, como las jóvenes. En general, predominan las mujeres y de más de 50 años entre las personas que ayudan en este comedor social. Pero se van uniendo cada vez personas más jóvenes.

 

Le preguntamos a Pili qué le ha aportado su experiencia en esta asociación. “Conocer a gente”, nos contesta, añadiendo que es tímida. También remarca que “a alguno [de los comensales] los echaría por comportamiento”. No obstante, como nos comenta otra de las voluntarias, Maite, desde hace años no suceden incidentes serios con ninguno de los asistentes al comedor.

 

Como contraparte, le pedimos a Pili que nos comente cuales son los principales obstáculos y dificultades trabajando en este local. La respuesta es clara: “que a veces no hay material, no hay dinero”. Tienen una despensa con muchos alimentos imperecederos, pero no pueden adquirir con facilidad otros productos necesarios, con fecha de caducidad o consumo preferente. Aparte de esto, nos dicen nuestras tres interlocutoras que no les cuesta trabajar aquí. En todo caso, tienen que estar pendientes de cocinar bien, pero están satisfechas con su labor.

 

No tienen ningún problema en venir. Solo tienen que hacerlo un día a la semana, por la mañana, cuando estarían “solas en casa”. En todo caso, si un día va a faltar alguien, se reorganizan para cubrir la ausencia. Si dejan de asistir a La Casita, se debe a un compromiso mayor, como encontrar un trabajo, por ejemplo.

 

Pili nos añade una cuestión que no entiende. Según ella, “hay gente que no entiende” que sean voluntarios y no cobren. Como dice, la gente viene y se va cuando quiere. Lo hacen por gusto y en total libertad. Y mientras respondían a nuestras preguntas, ellas no dejaron de trabajar.

​

Realizado por: Enrique Gil, Álvaro González, Cristina Nieto y Gema López, estudiantes de periodismo y comunicación audiovisual de la UC3M

bottom of page